A Raoul Fournier
-ARGUMENTO-
Una máscara de cloroformo, verde y olorosa a éter,
cae sobre mi cuerpo angustiado, horizontal, sobre la mesa de operaciones
erizada de signos como un barco empavesado. Sobre mi cabeza Saturno, con su
anillo de espejos, lentamente voltea y se mueve. Batas blancas y enormes manos
enguantadas de sangre me persiguen. Pasos de goma van y vienen en silencio como
ratones.
Grito. Veo mis gritos que no se oyen, que no los
oigo, que se alejan y se pierden. Última imagen mi boca. Minero de mí mismo
estoy dentro de mi propio cuerpo. Angustia y soledad. Ejercicios de profundo
sueño. El cuerpo vive. ¿Alma? ¿Cuerpo? Fuera de la conciencia, del
subconsciente y la memoria, el profundo silencio y el “no sé”.
Y un retorno alegre, vital, a los sentidos que se
beben la hirviente luz de la mañana y el aire fresco, impregnado de codicia,
con toda la sed de la ventana.
Lo último que se pierde es el oído. Una voz nos
lleva y una voz —la misma— nos trae desde muy lejos, desde otro túnel maternal,
en ascenso del fantasma a la carne y del silencio al rumor.
(Apuntes después de la anestesia.)
-------------------------------------------------------------------------
Au
fond de l'inconnu pour trouver du nouveau
Charles Baudelaire
Del
sonido a la piedra y de la voz al sueño
en
la postura eterna del dormido
sobre
mármol de cirios y cuchillos
ofensa
a la raíz
del
árbol de la sangre —concentrado—
mi
cuerpo vivo, mío,
mi
concha de armadillo
triángulo
de color sentido y movimiento
contorno
de mi mundo que me adhiere y me forma
y me conduce
del
sonido a la voz y de la voz al sueño.
Batas
blancas y manos como encías
Pasos
leves de goma de ratones
Luz
hendida, amarilla, luz que hiere
bisturí
del más hondo hueco de sombra oculta
Luz
de paredes blancas, anémica, de mármol
Nidos
del algodón para lo verde y negro
de
la vida y la muerte.
Mármoles
y aluminios
que
no empaña el reflejo ni el aliento ni el alba
de
unos ojos de niño
Luz
de allá de la llama amarillenta
para
el aire del éter más fino de los cielos
Nidos
del algodón
para
las alas de los peces del alcanfor y el yodo
líquidos
mensajeros de la muerte.
¡Oh,
Saturno,
escafandra
de siglos en mi siglo,
descenderás
conmigo entre los brazos
a
un mundo de sigilos.
Y
detrás de la muerte —centinelas—
ojos
de dos en dos vivos, cautivos.
Soy
el último testigo de mi cuerpo
Veo
los rostros, la sábana, los cuchillos, las voces
y
el calor de mi sangre que enrojece los bordes
y
el olor de mi aliento tan alegre y tan mío!
Soy
el último testigo de mi cuerpo
Siento
que siento
lo
frío del mármol
y
lo verde
y
lo negro
de
mi pensamiento
Soy
el último testigo de mi cuerpo
Postigo de sangre y llamas
Que bajo la piel respira
Equilibrio de las palmas
Que los vientos equilibra
Onda de otra mar salina
Con la tierra horizontada
Para paloma perdida
Y entre latidos hallada
Vida que por mí vigila
Oculta detrás del alma
La que mi cuerpo equilibra
Postigo de sangre y llamas
Mi nombre mi edad mi cuerpo
Ese que fui le he olvidado
Soy el alma que me hice
Y el cuerpo que me han quitado
(minero de mis ojos y mi oído
minero de mi cuerpo oscurecido
buzo perdido entre sus propias redes
horadando prisiones y montañas
por el silencio a flor de mis entrañas
en donde se evapora lo sentido
entre lunas, calor, sangre y paredes
desciendo verdinegro y aturdido)
Ni
vivo ni muerto—sólo solo
El
alma que me hice no la encuentro
Sin
sentidos, despierto
Con
mi sangre, dormido
Vivo
y muerto
Perdido
para mí
pero
para los otros
hallado,
junto, cerca, convivido,
con
pulso, sangre, corazón, ardiendo…
Esqueleto
de nieve y de silencio
de
sombra recogida en su vislumbre
desnudo
en el dintel de los desiertos,
forma
distinta de belleza rara
que
la voz de mi estatua
no
pudo asir desde su estrecha plaza,
esparce
su corona de equilibrios
en
mi silencio enjuto y envidiable
más
allá de la boca de los pinos
que
al tiempo alternan su minuto de aire.
Para
un Dios sin latidos —Dios de sueño—
abrevia,
mi silencio en su silencio
donde
crece la luna
donde
agoniza el pájaro
donde
el espacio ignora su pie leve.
Para
que el árbol goce de su verde
La
raíz hace oculta y amarilla
Y
de savia la sangre se acuchilla
Y
de aroma la fruta su piel muerde
Para que el árbol goce de su verde.
Para
que el hombre nutra su ceniza
Guarda
calor en la inválida mano
Sollozo
mutilado en la sonrisa
Y
la caricia verde del gusano
Para que el hombre nutra su ceniza.
Para
que el alma su cordaje mida
Desistida
del cuerpo y de la fecha
Impersonal
como la muerte acecha
La
memoria dispersa de su vida
Para que el alma su cordaje mida
Para
que el sueño con sus pies descubra
La
morada precisa de la muerte
Tiene
el ojo conciencia de lo inerte
Y
la voz; el silencio y la penumbra
Para
que el sueño con sus pies descubra
La
morada precisa de la muerte.
El
que goza su cuerpo y su sonrisa
El
que pesa la rosa
El
que se baña en púrpuras de sangre
Espesa
como mármol sin caricia
El
que vive a la sombra deshojada
Del
aire poco que respira y mancha
El
verde por la orina verdenado
El
plateado en ceniza
Que
horada
Olvida
Hiere
Mientras
goza el rescoldo de la muerte
El
que de la mujer nada recibe
Y al hombre no da nada
El que asoma a los ojos sin cruzarlos
El partido por dos y en dos mitades
Iguales repartido
El sin olor
El Hombre
Sólo por la palabra redimido.
alúcida veloz
clara ceñuda
desnuda sofocada
misteriosa
menuda pura
impura deseada
libre
precisa frágil
despojada
sola
solemne solitaria y
alma
alúcida veloz
cálida oscura
orgullosa dolida
apasionada
ávida
tímida arrojada sobria
sensible fina
libre leve dueña
multiforme constante
sangre sangra
Debe
ser débil rama la que a tu voz responde,
impreciso
el dominio del fantasma
y
la muerte,
llano
el césped de lirios y delirios
por
donde corra libre lamento el de la mente
Debe
ser fango el frío de las horas después
cuando
se apague el fuego de la sangre
y
el postigo y la llama,
horrendo
el cataclismo de la separación de lo que unido
fue
vida y fue veneno,
para
que desde el mármol olvido de mi cuerpo
tu
voz de viento y sombra
de
medida medida
de
calores delgados
me
atraiga y me deslice y me conduzca
otra
vez al torrente de la vida
Debe
ser débil rama mi voluntad,
humo
la sensitiva de mi mano
y
mi presencia aislada y amarilla
cuando
tu voz Ariadna, voz de viento y de sombra
caracol
de palabras,
es
mi último recuerdo y mi primer llamada
apenas
balbuceo
en
forma de palabra
que
de nuevo me arranca a las entrañas
y
me nace del sueño.
Luz
que del sueño torna—forma clara,
luz,
presencia, color y movimiento,
sin
peso y sin pesar, desenlutada
que
a las cosas devuelve su aislamiento
Luz
que del sueño vuelve—forma viva,
insistente
mirar de la mirada
absorta,
nueva, día,
y
por primera vez iluminada
Aire
corredor
Forma
desnuda
en
su volumen fresco
y
en su modo de ser casi de fruta
Aire
que muerdo a gritos y cuchillos
por
la primera vez
como
un ahogado
que
a la orilla del aire
sabe
que respirar es verbo, gracia y pájaro.
Diluido
en alegría
encuentro
justo el mundo que se toca
se
mira y me compara,
el
multiforme y único
el
mundo de mis piernas y mis brazos
discípulos
del ojo
maestro
de distancias,
el
mundo colmenero de voluntad y llamas,
calles,
ciudades, hombres, amenazas,
imágenes,
prisiones, ríos, ventanas,
triángulo
de colores que me devuelve el alma.
Voz
que del sueño vuelve,
adonde
la caricia no penetra
desciende,
alegra, el aire, el sol, la sangre…
y me despierta.
-Bernardo Ortiz de Montellanos