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30 nov 2012

3 poemas - Carlos Drummond de Andrade (Brasil, 1902 - 1987)

Procura de poesía 

No hagas versos sobre acontecimientos.
No hay creación ni muerte frente a la poesía.
Ante ella la vida es un sol estático:
no calienta ni ilumina.
Las afinidades, los aniversarios, los incidentes personales no cuentan.
No hagas poesía con el cuerpo:
ese excelente, completo y confortable cuerpo tan indefenso a la efusión lírica.
Tu gota de bilis, tu máscara de gozo o de dolor en lo oscuro
son indiferentes.
No me reveles tus sentimientos
que se aprovechan de lo equívoco e inducen al largo viaje.
Lo que piensas y sientes, eso todavía no es poesía.
No cantes tu ciudad, déjala en paz.
El canto no es el movimiento de las máquinas ni es el secreto de las casas.
No es música oída de paso; rumor del mar en las calles junto a la línea de espuma.
El canto no es la naturaleza
ni los hombres en sociedad.
Para él, lluvia y noche, fatiga y esperanza nada significan.
La poesía (no saques poesía de las cosas)
elude sujeto y objeto.

No dramatices, no invoques,
no indagues. No pierdas tiempo en mentir.
No te aborrezcas.
Tu yate de marfil, tu zapato de diamante,
vuestras mazurcas y supersticiones, esqueletos de familia
desaparecen en la curva del tiempo: es algo fútil.
No reconstruyas
tu sepulta y melancólica infancia.
No osciles entre el espejo y la
memoria en desaparición.
Se disipó: no era poesía.
Se partió: cristal no era.

Penetra sordamente en el reino de las palabras.
Allí están los poemas que esperan ser escritos.
Están paralizados, pero no hay desesperación,
hay calma y frescura en su superficie intacta.
Helos solos y mudos, en estado de diccionario.
Convive con tus poemas antes de escribirlos.
Ten paciencia, si oscuros. Calma, si te provocan.
Espera que cada uno se realice y consuma
con su poder de palabra
y su poder de silencio.
No fuerces al poema a desprenderse del limbo.
No recojas del suelo el poema que se perdió.
No adules al poema. Acéptalo,
como él aceptará su forma definitiva y concentrada
en el espacio.

Inclínate y contempla las palabras.
Cada una
tiene mil fases secretas bajo la faz neutra,
y te pregunta, sin interés por la respuesta
pobre o terrible que le des:
¿Trajiste la llave?

Observa:
Yermas de melodía y sentido
ellas se refugian en la noche, las palabras.
Todavía húmedas e impregnadas de sueño,
fluyen en un río difícil y se transforman en desprecio.


La flor y la náusea 

Pertenezco a mi clase y a algunas ropas,
voy de blanco por las calles sucias.
Melancolías, mercaderías me acechan.
¿Debo seguir hasta la náusea?
¿Puedo rebelarme sin armas?

Ojos turbios en el reloj de la tarde:
no, no ha llegado el tiempo de completa justicia.
El tiempo aún es de heces, malos poemas, alucinaciones y espera.

El tiempo pobre y el poeta pobre
se funden en un mismo impasse.
En vano intento explicarme. Los muros son sordos.
Bajo la piel de las palabras hay cifras y códigos.
El sol consuela a los enfermos y no los restablece.
Las cosas. ¡Qué tristes son las cosas, consideradas sin énfasis!

Vomitar este tedio sobre la ciudad.
Cuarenta años y ningún problema
resuelto, ni siquiera ubicado.
Ninguna carta escrita ni recibida.

Todos los hombres vuelven a casa.
Son menos libres pero llevan periódicos
y deletrean el mundo, sabiendo que lo pierden.

Crímenes de la tierra, ¿cómo perdonarlos?
Tomé parte en muchos y otros oculté.
Algunos vi bellos, fueron publicados.
Crímenes suaves que ayudan a vivir.
Ración diaria de engaño distribuida en casa.
Los feroces panaderos del mal.
Los feroces lecheros del mal.

Prender fuego a todo, incluso a mí.
Al joven de 1918 lo llamaban anarquista.
Sin embargo mi odio es lo mejor de mí.
Con él me salvo:
a casi nadie doy una esperanza mínima.

¡Una flor ha nacido en la calle!
Pasan de largo, camiones, omnibuses, ríos de acero del tránsito.
Una flor todavía descolorida
elude a la policía: rompe el asfalto.
¡Guarden completo silencio, paralicen los negocios,
aseguro que ha nacido una flor!
Su color no se percibe.
Sus pétalos no se abren.
Su nombre no está en los libros.
Es fea. Pero es realmente una flor.

Me siento en el suelo de la capital del país a las cinco de la tarde
y lentamente acaricio esta forma insegura.
Del lado de las montañas, nubes espesas van agrandándose.
Una lluvia menuda agita el mar como gallina espantada.
Es fea. Pero es una flor. Ha roto el asfalto, el tedio, la náusea y el odio.


Masacre 

Eran mil que atacaban
el objeto indefendible
y pa y pe y ui
y vupt y rrr
y la risa del pajarraco en el aire
graznando
mil que espiaban
los alfabetos purpúreos
desatándose
sin rumbo
y llmn y nss y yn
eran mil que sentían
que la vida refugia
del acto de vivir
y ahora circulaban
sobre toda ruina.

Carlos Drummond de Andrade