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31 may 2013

Sargento Marlboro - José Luis Domínguez (México, 1963)

James Blake Miller,

bravo muchacho de Kentucky,

perdido entre las calles devastadas, entre los escombros de Fallujah,

tomado a sangre y fuego centímetro a centímetro.



No sabías,

no imaginabas

que la serena frescura de tu rostro,

a pesar de la constante lluvia de metralla,

se habría de volver la más famosa,

la más codiciada,

en esa historia sórdida de la guerra tejida allá en Irak.



Te sentaba bien ese uniforme camuflado de arena y viento,

ese chaleco antibalas;

te sentaban bien, marine, tu casco y barbiquejo,

tu cigarro marlboro,

tus ojos cafés y tu mirada nostálgica,

perdida en el primer crepúsculo.



Las jóvenes mujeres en edad casadera

preguntaban por tu nombre al ver tu rostro en todos los periódicos,

y muchas madres confundían el rostro de sus hijos con el tuyo.

Todas querían tener en casa un James para su uso personal e íntimo,

Todas soñaron varias noches con un héroe de bolsillo made in Kentucky.

Pero la fama,

a qué dudarlo,

no es tan noble y gentil dama como todos suponen;

detrás de la estela que deja su paso, lleva arrastrando su propia factura.

La fama,

esa maldita perra,

esa maldita prostituta,

es una víbora siempre dispuesta a morderle el calcañar a uno.

Serían los tuyos, James, más de cinco segundos de gloria,

y Andy Warhol se revolvió en su tumba

al enterarse de pronto que habías roto las expectativas.



¿Creíste, James, que el infierno empezaba en Fallujah,

entre las fatigas constantes y dolores,

entre el fuego y el humo pertinaz,

entre los escombros y las casas de adobe que habían quedado

milagrosamente en pie

después de la refriega?

Convéncete, James Blake Miller,

Sargento Marlboro,

Marine del primer batallón del la compañía Charly,

que abrir las puertas de tu casa para enlistarte en la milicia

fue como abrir las puertas del infierno.



Sobreviviste, James,

es cierto,

pero no saliste del todo ileso, indemne…

¿Lo recuerdas, James?

¿Lo recuerdas bien?

Fue al enfocar tu mira telescópica,

bajo la presión de un fuego cruzado, aquella mañana sofocante,

cuando viste emerger de entre los restos de automotores destartalados

aquella cabeza de cabello oscuro y rizado,

y confundiéndolo con un enemigo,

con un rebelde sunita que defendía su tierra, su casa, su familia,

le volaste los sesos con tu rifle de asalto M-16.

¡Sólo tenía siete años, James,

y el cabello más hermoso, más negro y más rizado que cualquier niño en Fallujah,

y su piel era aún más tersa que los pétalos más finos de todas las estrellas del desierto

llamadas rosas de Jericó,

y se llamaba Hammet,

y tenía los dientes más blancos que las perlas del océano,

y era un niño listo,

un niño alegre,

e iba en segundo de la escuela elemental!



¡Pobre de ti, James!

¡Creíste que el infierno en Fallujah se quedaría en al-jumhuriya-al-iraquia,

o enterrado bajo los escombros de la estatua de Saddam Hussein!

¡Creíste que el infierno se quedaría allá,

en el otro continente,

con el mar de por medio!

¡Pero te equivocaste, James,

el infierno te lo has traído a casa, James,

y nunca, James, nunca,

podrás salir de él!

José Luis Domínguez

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