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16 oct 2012

Responsorio: Eva en el paraíso - Mónica González Velázquez (México, 1973)

Para todos nosotros caerá la noche y llegará la diligencia. 
Disfruto la brisa que me conceden y el alma que me han dado para disfrutarla, 
y no me interrogo más ni busco. 
Bernardo Soares
Hoy desperté con una tibia sensación de tristeza. Todo cuanto busqué en la tierra, se ha instalado en este cuerpo. La belleza es algo que desconozco.

Cae la noche, avanzo cual bestia caprichosa que no entiende de utopías, ni de consuelo en el sosiego de este paraíso que habito.

Puedo ser la manzana que se asfixie en su propio regocijo, la serpiente que se meza en los labios de la luna, pero soy la rencarnación de Lillith.

El bullicio de las aves no me clarifica el pensamiento, el agua de los ríos no me conforta, el verde de los valles no me parece sublime ¿Qué es esto que guardo en las entrañas?

Miro la perfección de los miembros que me forman, uno el conjunto y camino en círculos, miro la sombra que reflejo: sé que soy perfecta como la que buscó refugio en el Mar Rojo; con el índice compruebo la resistencia de mi arcilla, la sensación que no digiere la entraña.

Antes de ser expulsada del paraíso terrenal, debo pedirte que dibujes tus labios en mi espalda y que al hacerlo, dejes el espacio justo para la envergadura de mis alas, porque no voy a permanecer en este reino al amanecer.

Este cuerpo que me alberga es geografía desconocida para los instintos que recorren la desnudez que me avergüenza.

Nuevas formas estallan en la cúpula azul que me rodea, pueden ser las señales del destino que me aguarda.

Comí, bebí, bailé y amé todo lo que me rodeaba, cien mil soles representan mi existencia y ahora muero junto con los ríos que me vieron nacer.

El agua que reflejó mi rostro, tal vez encuentre consuelo en el canto del cisne, el croar de la rana, el zumbido de la cigarra.

Uno las puntas del cielo estrellado, fósforos incandescentes iluminan la impronta de mi sombra en los caminos.

Golondrina de alas rotas, no vuela pero danza la canción desconocida del colibrí.

Dejo a todas las bestias que habitaron mi paraíso, las palabras que ya no pronunciará mi boca:

El hombre asciende las ruinas de su cuerpo cuando la piedra es un cometa iracundo. Los milagros podrán suceder si las ventiscas no se llevan las arenas hacia el Sur; a las grutas escarpadas donde la piedra es pan y el agua vino, donde las manos se agrietan, donde el tiempo transcurre en el cuchicheo de los ancianos.
Las piedras gritan los nombres de los que ya se han ido, de los que rastrean las sombras de cuerpos ajenos, de los que no descienden.

Algún infortunio les habla, algo queda por hacer, aquí la palabra versa y versa; allá el silencio duerme el quebranto. Algo queda por decir.

Ahora me voy al destierro, con la osadía de un perro en celo y el olor de tu sexo entre los dedos.

Mónica González Velázquez

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