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24 oct 2012

Aliteral poema elástico para linotipistas - Tomás DiBella ( México, 1954)

Sentémonos frente a las brasas, compa,
y tómate otra cerveza;
hay que callar lo que la noche hace con sus estrellas
este sol ha chamuscado las ideas de la sombra
nos lleva adormilados frente a la frontera del día,
he hecho trizas nuestros alimentos: huevos, espíritu, tortillas, poca cosa.

Escucha cómo dicen por la radio
que te vayas y te mueras solo
mientras se hace cola por trozos de la nada
y amaneces con la punta de una bomba en la garganta:
jugo matutino en que estallan tus ojos en todos los países.

Andamos descalzos sobre picudas piedras (ama y calla; oh, dolor)
con esta mudez tan llena de palabras,
con ganas de patear asilos de silencio.

El río corre -inmundo el cabrón-, viene del norte:
pobre de tu alma,
ropas colgadas y amorosas presencias en dientes de la muerte,
calaca que te toca, carne que hace fila, trenes sin amor,
reportes en el diario, en la mañana de la patada
en medio de una guerra
que a todos nos retuerce el hígado, las tripas,
y el triste corazón.

Échale leña, compa, que se nos apaga,
se nos va como pendejos la historia de mi abuela,
la de las carabinas, naranjas, leche y pólvora
tejida por hermanas, madres, hijas amorosas
en lo oscuro de este siglo que agoniza y acongoja.

Entonces el recuerdo,
de las manos de mi abuelo apretando el hambre en trenes de la leva,
sacando pan, ladrillos, hijos y estallidos de amor de un solo horno
rojo, colérico, sanguíneo,
sin ayes de cobardía o pizca de congoja.
gritando de locura
¡libertad, ponte a bailar desnuda esta noche,
acércame tus nalgas, que las quiero coger!

Ábrete de piernas, memoria; atízale al fogón, mi compadrito,
la selva se la tragan los voraces
que incansables
rompen la tenue piel que cubre el sueño de tus hijos,
nuestros hijos, herederos de las chanclas viejas,
únicos dueños eternos de la plata de la kodak,
de la pulpa del papel del billete verde,
de la planta de hule de la llanta que rechina idiota,
esos nuestros hijos, únicos dueños de lo verde que nos roban,
del barro que saquean, del café que se aglutinan
del tabaco que se chupan,
del maíz que nos robaron.

Ábreme los ojos, memoria; ponle tinta, compadrito, que se pierde;
enjúgate la sal de esa mirada que lenta corre bajo tus pupilas,
que no te acojone el desconcierto
está aquí, a la vuelta de la esquina ese holocáustico desmadre
aunque el sol reparta aún sus trapos amarillos
sobre las azoteas de esta parte tan jodida del mundo.

Pero me gana la nostalgia
¿quiénes son estos hijos de puta?,
¿quiénes son los que se chupan la sangre de mi gente?,
¿quiénes nos quitan este poema eterno de amor?

Desarruga esa piel, compita,
hoy yo hablo de esta metáfora de piedras lanzadas al vacío
mientras estas aves negras graznan impúdicas nuestra muerte.

Oh, queridos rostros hechos barro, yo quisiera y no puedo traerlos a mi mesa
y que hablen solitarios del camino al ventarrón,
del olor a cuero viejo del taller del enemigo,
de los juegos de pelota sin acróbatas ni cuentas,
de las luchas con gandules en horarios de agonía.

Yo quisiera, pero es la conciencia,
redonda, vieja y desguanzada,
la que carga la fruta que nos alimenta
y pone en claro, concreta y amorosa
la punzante bala que llega rápida al vientre del trabajador,
al que cae sin remedio en eternas alegatas,
barriendo sin descanso lo roto del edén mortificado.

Hoy leo en la tarde de vencidos,
con las ácidas lluvias y un sol enmarcado de misiles,
como una paradoja llevo
los pantalones desgarrados de mi abuelo, árbol solo,
y la mano deshecha con las plantas trituradas
por siglos de empuñar los instrumentos,
de acariciar los surcos regados de sudor, la neta,
para hacer germinar generaciones
que ahora caen enteras.

La historia ya no es nada,
es una eterna noche en desvelo, un cuerpo sin césped,
una sequía de ideas,
una voz que desaparece entre el polvo del camino,
palabras que palpitan poco tiempo y luego mueren;
son manos hundidas en tierra requemada,
es cabello que deforme abre puerta a la locura,
alimento que rechaza un estómago perdido.

Entonces llegará otro tiempo, el del
hombre sin ataduras, sin límites ni glotonería,
el del hombre asidero del intento, el de antes
del agandalle y arrebate y ojetería,
el que compartía, el hombre del día;
hoy es de noche.

Tomás DiBella

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